27.6.06

Díaz Escobedo homenajea a autores de principios del S.XX como Felipe Trigo, Joaquín Dicenta, Zamacois o Alberto Insúa

Álvaro Díaz Escobedo, Miguel Angel de Rus y Francisco Legaz

Se ha presentado en Madrid el libro de relatos eróticos Esencia de mujer, de Álvaro Díaz Escobedo, editado por Ediciones Irreverentes. Según su autor es "un homenaje a las novelas cortas de El Cuento Semanal. Poseo la casi totalidad de la colección, desde que comenzara a editarse en 1907. Me llegó por herencia de un gran escritor y enseguida me subyugaron novelas como La cita de Eduardo Zamacois, o Una letra de cambio, de Joaquín Dicenta. Más que leer a los autores de El Cuento Semanal, los estudiaba, a estos y a Felipe Trigo, a Pedro de Rèpide, a Emilio Carrere o a Alberto Insúa. De ellos nació mi querencia por el erotismo de calidad y por la novela breve".
Díaz Escobedo ha logrado revivir ese espíritu de erotismo elegante en Esencia de mujer, una obra que sumergirá al lector en trece excitantes situaciones, desde el clásico encuentro erótico con una mujer en el tren (que Díaz Escobedo resuelve con una sorprendente pirueta final), hasta la insospechada escaramuza erótica de un bailarín con un hombre casado, pasando por pasiones volcánicas, maridos y mujeres dispuestos a correr el peligro de que su pareja se acueste con otra persona, el placer sexual que puede encontrarse en situaciones tan comunes como un masaje y el dulce sabor de los pasteles y los amores en una pastelería de un pueblo. Díaz Escobedo descubre el erotismo en situaciones comunes y muestra en cada acto de nuestras vidas momentos de placer, de abandono, de felicidad. No es una obra pornográfica, sino erótica, que incita al renacer de los sentidos y del pensamiento. Tan importante como el acto es el camino que se recorre hasta lograr el objeto deseado.
Díaz Escobedo cree que hay razones poderosas por las que el erotismo literario no esté de moda "Se ha perdido el erotismo de principios del siglo pasado, en el que se trataba con elegancia el tema. Ahora, el erotismo está mezclado con la pornografía, se hace un especial énfasis en lo físico, y el erotismo es algo esencialmente mental. Después de leer al Aretino, a Boccacio o a Margarita de Navarra, compruebas que la forma actual de escribir es de lo más vulgar. He procurado escribir más dentro de los cánones clásicos que imitar la pornografía de moda. Creo que el lector del erotismo está más cerca de la literatura más elevada."
Más información:
http://www.edicionesirreverentes.com

4.5.06

El santanderino Álvaro Díaz reúne trece relatos eróticos en 'Esencia de mujer', artículo aparecido en El Diario Montañés

El escritor publica la obra en la colección incontinentes dedicada a la sátira y la provocación Ediciones Irreverentes acoge esta aventura literaria a través de los sentidos y el deseo .
Artículo de Guillermo Balbona
Recorre las orillas del placer, muestra los límites de los cuerpos, y traza con sus palabras un territorio erótico no exento de una extraña mezcla dulzona de ironía, sensualidad, humor y emociones. Esta es la columna vertebral de los trece relatos que integran 'Esencia de mujer', el libro del escritor cántabro Alvaro Díaz Escobedo que ha logrado una gran acogida por parte de los lectores y la crítica. Ediciones Irreverentes, en su Colección Incontinentes, ha publicado esta creación literaria que responde al espíritu de la propuesta editorial nacional: una miscelánea de sátira y erotismo que confluye en las situaciones, a veces lúdicas, a través de la cuales Alvaro Díaz dibuja su particular canto a los sentidos en un itinerario de encuentros y desencuentros, de azarosas y fugaces pasiones. Trece historias con giros inesperados, finales en los que habitan moralejas irónicas y un singular viaje por cuerpos, conquistas, deseos, temores, exhibiciones físicas y verbos en busca de la consumación. Trece aventuras, entre querencias, excitaciones, sueños, sexo y amores que el autor cántabro certifica al final de cada una de ellas con una significativa cita latina, caso de 'Femina, artis implicatio est' ('Mujer, arte complicado es') que cierra el relato 'Ceguera'. Álvaro Díaz Escobedo ejerció el periodismo en agencias, revistas y diarios y ha escrito diversas novelas de las que prefiere «no hablar». Tras unos años separado de su vocación literaria ha regresado ahora con la intención de seducir al lector con esta 'Esencia de mujer que -dice- ha ido «puliendo con la calma de quien escribe para que su obra perdure».El placer tras lo cotidianoEn la colección Incontinentes, dedicada al erotismo, la sátira y la provocación, han visto la luz obras de autores como Guillaume Apollinaire, José Luis Alonso de Santos, Alfred de Musset, Longo de Lesbos y Miguel Mihura.'Esencia de mujer' perfila la trayectoria de unos personajes que descubren el erotismo en situaciones comunes y revelan en cada acto de nuestras vidas momentos de placer, de abandono, de felicidad. Como reza el texto editorial «no es una obra pornográfica, sino erótica en un sentido amplio del término, que incita al renacer de los sentidos. Tan importante como el acto es el camino que se recorre hasta lograr el objeto deseado». El propio autor aconseja leer estas aventuras eróticas «con desenfado, olvidando, por unas horas, los problemas, la realidad».Los protagonistas de los relatos eróticos son mujeres que, en casi todos los casos, superan los cuarenta años. El libro, escrito con «habilidad y espíritu provocador», muestra a mujeres que tienen relaciones con amigos de su marido, o que provocan en un tren a un desconocido. Son situaciones que Díaz Escobedo resuelve con una sorprendente pirueta final, «desde la insospechada escaramuza erótica de un bailarín con un hombre casado, pasando por pasiones volcánicas; maridos y mujeres dispuestos a correr el peligro de que su pareja se acueste con otra persona; la virginidad más salvaje en las pasiones; el placer sexual que puede encontrarse en situaciones tan comunes como un masaje y el dulce sabor de los pasteles y los amores en una pastelería de un pueblo».Algunas de las críticas han hecho referencia al «lenguaje sutil y romántico que desprenden las páginas de este conjunto de relatos destacado también por los graciosos finales de algunos capítulos y sus moralejas». El escritor santanderino rubrica así su trayectoria con una obra alabada por lo cuidadoso de su estilo, en el que sobresalen la habilidad y el espíritu provocador de las historias.'Pasión volcánica', 'Géminis', 'El secuestro de Chopin', 'Los favores de Neptuno', 'Virgen salvaje' son algunos de los títulos de este recorrido literario que incluye metáforas e imágenes verbales profusas que describen con lucidez la ansiedad de los cuerpos, y la búsqueda del otro. Díaz Escobedo aborda así en 'Esencia de mujer' una cuidadosa incursión literaria fundamentada en la necesidad de huir de la soledad. El narrador, poeta y editor Miguel Angel de Rus ha alabado la capacidad del autor santanderino para retratar estos perfiles sobre «la voluptuosidad tras la madurez».

14.4.06

Artículo de opinión, "Amores maduros", publicado en diversos diarios regionales


Artículo de opinión, "Amores maduros", publicado en diversos diarios regionales

Andaba yo preocupado por saber qué razón había para que en la literatura y el cine se diera tan escasa relevancia a las historias eróticas con mujer protagonista madura. Hay una primera razón obvia; los hombres suelen preferir la visión de un cuerpo joven, casi adolescente, con todo aún en su lugar idóneo y con la consistencia y tersura adecuada; pero a pesar de ello, es de suponer que las mujeres maduras quieran ver en el cine o leer novelas con protagonistas en las que verse reflejadas, que gozan del amor, igual que veinte años atrás.
Es cierto que ha habido excepciones de interés, como en la novela del escritor húngaro Stephen Vizinczey, "En brazos de la mujer madura" todo un gran éxito internacional que fue adaptada al cine por el director español Manuel Lombardero. Pero en la literatura española se dan pocos casos; algunos en la novela de "a duro" del franquismo, pero generalmente castos, como correspondía.
Hace menos de un mes, aparecía el libro "Esencia de mujer", de Álvaro Díaz Escobedo, en el que los protagonistas de los relatos eróticos son mujeres que, en casi todos los casos, superan los cuarenta años. Esta obra, escrita con habilidad y espíritu provocador, muestra mujeres que tienen relaciones con amigos de su marido, o que provocan en un tren a un desconocido. Es casi una excepción en una literatura que comienza a parecerse al cine, de protagonista jovencita y coito rápido.
Se adelantaba Díaz Escobedo en su pretensión de mostrar la voluptuosidad después de la madurez a "Instinto Básico 2" en la que una Sharon Stone cincuentona tiene como meta calentar las mentes de sus espectadores. La película no ha sido un éxito en taquillas. A pesar de la fortísima promoción.
¿Se deberá el fracaso a que seguimos con ese extraño tabú que impide que la mujer goce más allá de la tersura primera? ¿Por qué en las pantallas no cuaja el argumento? En la vida real, las actrices norteamericanas maduras tienen amantes más jóvenes que ellas; Demi Moore, de cuarenta y dos años comparte lecho con Ashton Kutcher, de veintisiete; Cameron Díaz, de treinta y tres gozosas primaveras se calienta con Justin Timberlake, de veinticuatro; Barbara Hershey, de cincuenta y siete, comparte achuchones con Naveen Andrews, de treinta y seis; Geena Davis, de cuarenta y nueve hace lo propio con Reza Jarrahy, de treinta y cuatro, y Susan Sarandon, rondando los sesenta, tiene por pareja a Tim Robbins, de sólo cuarenta y seis. Y nadie se extraña.
Parece que en cuanto a amores maduros, hay un escalón que separa la vida de la literatura y del cine.
Artículo de Miguel Angel de Rus

19.3.06


Virgen Salvaje

La claridad de la noche prestaba luz y vida a la monumental silueta femenina que ofrecíase a mis asombrados ojos: las protuberancias de su cuerpo quebradizo, la fiel relación de las partes con todo; o, preferentemente, de todo con las partes, el magnetismo sensual que desprendía...
Lo umbroso del lugar y el silencio reinante se constituyeron en aliados de la fantástica aparición.
Fue el calor pegajoso del atardecer, a buen seguro, el motivo que condujo a la mujer al riachuelo, que reflejaba el tono verdoso del follaje.
Dado el tinte de las hierbas cram-cram, altas y densas, se infería que atravesábamos una estación de lluvias.
Reverberaba la floresta en las aguas que, generosas, devolvían los contornos refrescados. Los cínifes moteaban el espejo natural.
Al cabo de un rato, la ninfa de color azabache salió del estanque con el majestuoso andar de quien pisa hollando, esplendente y vigorosa.
Su felina estampa estaba dotada de una expresión de rebosante fertilidad.
No se le notaba ningún tatuaje o marca tribual. Aun reparando en el aspecto, costaba determinar su índole, acaso de proceder fetichista y sujeta a la idolatría de un dios pagano.
Cualquiera que fuese su idiosincrasia, refundía las características específicas de la raza negra, sus detalles étnicos.
Tenía el pelo escarbado, en anillos apretados. La frente, proporcionada, presidía la pequeña y no demasiado ancha nariz; y la boca, por obra de los carnosos labios, ponía un cierre circunstancial a la simétrica dentadura de marfil. El alertado cuello permitía que la garganta se pronunciara, dando paso al torso. Dominando los pechos, rectos sin ostentación, los altivos pezones tendían muy ligeramente al costado respectivo, como si desearan alejarse y deshacer la intimidad; tal vez, ansiando liberarse de miradas procaces.
Pese al pigmento de la piel, hubiese sido incomparable modelo para una escultura de Clará Ayats; o para varias, porque dimanaba de ella la juventud, la serenidad y el reposo. Quiere decirse que reunía las tres nudas creaciones del artista.
A lo largo de la profesión, tuve la posibilidad y la fortuna de aprender a distinguir a los nativos del continente africano. Durante las exploraciones efectuadas en el desarrollo de estudios antropológicos, analicé en todas sus manifestaciones a las diversas mujeres atezadas.
Pasaron raudos por mi imaginación, en evocación cargada de comprensible libidinosidad, fragmentos de pretéritas aventuras: el bonito cabello de la hembra makere, los gruesos labios de la joven agoni y la serena belleza de una peul o de una bakongo, de correctas facciones ambas. Recordé el entusiasmo de la adolescente quipungo, inclinada a la profusión de adornos; y añoré el recreo cerca de la apasionada y temible zulú. Ello se da en el terreno extenso e inculto de la selva; allí es posible convivir entre los sombas, siempre desnudos, o con los ashanti asentados en minas de oro y diamantes.
La indígena caminó unos metros para detenerse repentinamente. Se agachó en cuclillas, separando las rodillas y definiendo la intención de mear. Una sensación de urolagnia me dejó envarado.
Evacuó la orina sin mirar al chorro que de su entrepierna brotaba. Apenas demostraba curiosidad al contemplar cómo el agua, amarillenta y tibia, empapaba un trozo de superficie. Mantuvo el tronco erguido y la cabeza elevada hacia las nubes que, gracias a los vientos alisios, a veces hacen pis.
Inmóvil, de cara al arroyo, su espalda imitaba una pista por la que deslizar la concupiscencia, desde la nuca al sacro o al revés.
Temblaba yo de gozo, trasoñando recorrer, norte a sur de sus lomos, la sugerente hendidura que los diseñaba.
Apurando el tiempo, cuando terminó de orinar no se limpió. ¡Con qué satisfacción le hubiera prestado los dedos para secar la humedad de su sexo!
La negrita buscó dónde recostarse. Una capa de musgo verdiseco sirvió de improvisada cama; un tallo rebultado hizo de almohada.
Creí advertir que la tierra cedía bajo su peso; mas no existía contracción dolorosa de la misma, sino acomodo de matojos y brozas. En el desmadejamiento que va en pos del descanso, la aborigen adoptó una postura semejante a las crucifixiones: brazos abiertos y piernas cerradas.
Excitado y aturdido, vi que la flora recobraba savia. Parecía que la naturaleza se esforzara en cargar de contenido erótico al frondoso paraje. Por otro lado, la ausencia de aire consentía el sosiego absoluto de los elementos ambientales; solamente el rumor y el eco eran capaces de comunicar al escenario con el mundo exterior.
Resuelto a saborear el maravilloso espectáculo, a no perderme nada, tomé posiciones adelantadas.
Hallé sitio en un gigantesco limba que los años y la carcoma abatieron. Sentado sobre él, me conceptué privilegiado espectador. Lianas y raíces aéreas ocultaban a las plantas sin clorofila que, incapaces de utilizar la fuerza de los rayos solares, absorbían el alimento de otras. Mientras, algunos de los vegetales próximos habíanse convertido en falos y vulvas a punto de entrar en contacto.
Las retinas de mis ojos, dispuestas a usurpar lo que atisbasen, trasladaron el placer al resto de los sentidos. Y mis dientes se hicieron de crecimiento continuo, como los de ciertos lémures de Madagascar.

***

El vuelo de los airones rayó el cielo de la selva tropical. Pero no estaba predispuesto a fijarme en bucólicas transparencias.
Consideré probable que los antepasados de la nativa fuesen presa de los piratas que antaño, surcando los mares, raptaban a las hembras jóvenes y las introducían en los burdeles de las ciudades o en el gineceo de un potentado.
Mas pudo ser la suya suerte aciaga derivada de inferioridad social, o de un presumible estado virginal, es decir, lo que entonces le ocurría a una kirdi: portando los alimentos que poseía, pasaba a engrosar las riquezas del jefe de su tribu.
Se trataba de doncellas, negroides y esbeltas como las dinka, que acudían a cohabitar a la cabaña del poderoso señor, quien luego las reintegraba al origen familiar para que, ya educadas e instruidas en las faenas domésticas, creasen un hogar. El producto de esta arraigada costumbre reputaríase bueno, si no fuera porque regresaban al poblado de procedencia con los atributos íntimos destrozados.
En verdad y a pesar de pasadas experiencias, mi ilustración era vaga en cuanto a la conducta sexual de los nativos del lugar, donde la mujer siempre representó un objeto que, cogiéndose fácilmente, se abandonaba enseguida.

***

No obstante la lejanía, aprecié que un bichito escalaba las inmaculadas redondeces de la negrita. Daba la impresión de se hubiesen encontrado el cero y el infinito de la condición animal.
Recorriendo centímetros de cutis anduvo el hemíptero, con evidente riesgo de perecer ahogado en los lagos de sudor de la exuberante hembra.
De resbalar atolondrado por el tobogán epidérmico, el insecto fue a parar al interior de los muslos femeninos. Y debió ser tan aparatosa la caída que la mujer lo acusó, despegando la entrepierna.
Intentar describir el monte de Venus de aquella pantera humana demandaba conocimientos de orogenia y zoología a la vez.
Padecí una morbosa envidia del bicho, que alardeaba de licencia para afincarse en la obscura epidermis y campar por ella al albedrío, perdiéndose en los entresijos, enredándose en la espesura del vello, intoxicándose con sus efluvios: el de los sobacos, el del canal que divide el seno, el del surco onfálico…
Invadido de ansia acaparadora, me pregunté mentalmente si la preciosa creatura dependería de más dueño que el entrometido e inoportuno artrópodo. Resistíame a admitir que mortal alguno tuviese la facultad de disfrutarla a voluntad.
Estimé tener idéntico derecho que el irrelevante animalejo para deleitarme con la incomparable geografía: las curvas caderas, el bosque del pubis, la estepa del vientre o los altozanos del pecho. Lujurioso transitar de los sentidos por aquel cuerpo incomparable, cruzando los túneles virginales para detenerme en el paso obstruido del ombligo, o estrellarme contra las pequeñas y umbrosas grutas de las axilas.
Pero se hizo todo apresurado y sucesivo: la boca, el cuello, los hombros...
Me esforzaba en alcanzar mediante la imaginación lo que resultaba imposible de otro modo.
Y a falta de cintura que enlazar, perdiendo apoyo surgió el apretón, inesperado, al espinoso arbusto. Desestimando los pinchazos, dejé escapar ese clamor desgarrado que provoca la emisión seminal.
Fue el mío un rugido salvaje, que sorprendió e hizo saltar asustada a mi compañera de sueños. Se supone que también al insecto.
Agotado el éxtasis, los brazos flaquean y la virilidad decae aunque pretenda persistir.
Así concluye la quimera que, en favor a los visionarios, ha maquinado el complot de Eros y Psique.
Acto personal e ingénito éste, propio del comportamiento del individuo desde niño. Al fin y a la postre, la masturbación cubre un camino a caballo entre el erotismo de un crío y la heterosexualidad del hombre adulto.
Masturbatio, festivus ignis est.
(Masturbación, fuego de artificio es.)

23.2.06

Esencia de mujer



Esencia de mujer es una obra erótica que sumergirá al lector en trece excitantes situaciones, desde el clásico encuentro erótico con una mujer en el tren (que Díaz Escobedo resuelve con una sorprendente pirueta final), hasta la insospechada escaramuza erótica de un bailarín con un hombre casado, pasando por pasiones volcánicas, maridos y mujeres dispuestos a correr el peligro de que su pareja se acueste con otra persona, la virginidad más salvaje en las pasiones, el placer sexual que puede encontrarse en situaciones tan comunes como un masaje y el dulce sabor de los pasteles y los amores en una pastelería de un pueblo.
Díaz Escobedo descubre el erotismo en situaciones comunes y muestra en cada acto de nuestras vidas momentos de placer, de abandono, de felicidad. No es una obra pornográfica, sino erótica en un sentido amplio del término, que incita al renacer de los sentidos. Tan importante como el acto es el camino que se recorre hasta lograr el objeto deseado. El propio autor aconseja leer estas aventuras eróticas con desenfado, olvidando, por unas horas, los problemas, la realidad.
Son trece relatos para leer en buena compañía.

Álvado Díaz Escobedo

Álvaro Díaz Escobedo es cántabro, ha sido periodista en agencias, revistas y diarios y ha escrito diversas novelas de las que prefiere no hablar. Tras unos años separado de su vocación literaria vuelve ahora con la intención de entusiasmarnos con obras que, como esta Esencia de mujer, ha ido puliendo con la calma de quien escribe para que su obra perdure.
Díaz Escobedo publicará Esencia de mujer en al colección Incontinentes, de Ediciones Irreverentes dedicada al erotismo, la sátira y la provocación, compartiendo colección con autores como Guillaume Apollinaire, José Luis Alonso de Santos, Alfred de Musset, Longo de Lesbos y Miguel Mihura.